Estoy cumpliendo un año de mi diagnóstico y soy una fibromialgica casi anónima: todavía siento opresión en el pecho cuando alguna persona curiosa me pregunta porqué hago terapia física, desaparezco de repente del trabajo, no hago mi jornada completa o he dejado el café.
Si, no me gustan las etiquetas ni quiero que una enfermedad me defina, pero es mi realidad ineludible, mi simbiote, la compañera irascible que nunca me abandona y que me recuerda su presencia cuando menos lo espero, sigilosa y artera se apodera de mi cuerpo y condiciona mis voluntades, asi es ella.
Y encima le tengo que agradecer dar un nuevo sentido a mi vida, cambiarme la perspectiva, darme cuenta que me importo, disfrutar levantarme de la cama o acostarme, detenerme a mirar lo que pasa a mi alrededor, sonreir en mis buenos dias, llorar cuando hace falta y la certeza de que todo ese tiempo no estuve loca, solo es algo en mi cuerpo que no funciona bien.