2/12/2011

2/04/2011

Reflexiones diurnas II

Me quejaba por vivir de prisa sin ver o disfrutar del entorno que viaja conmigo. Entonces escribí durante meses un diario y me ponía una estrella metálica cuando algo salía bien. Ahora sin embargo, deseo que las semanas se consuman como un suspiro y que los sábados sean eternos.

No se como explicar la frustración que siento cuando amanece y me falta fuerza y ánimo para levantarme. El mejor luchador se cansa, el más optimista se deprime, aún cuando suelo revisar en mi mente la lista de cosas positivas, que si esta enfermedad no me va a matar, la enorme diferencia de estar restringida a tener limitaciones, que mi cuerpo no se va a deformar, que si llevaré un estilo de vida tan saludable que seré flaca por siempre (¡oh mi sueño!).

A veces el dolor ahoga a la razón, el pequeño incoveniente de descubrir que nada bueno que pueda decir cambiará el hecho de que unas inmensas uñas atraviesan mi espalda y el frío me quema por dentro. En el fondo de mi corazón desearía no estar triste, juro que es así...